En casa de los Darling las cosas habían cambiado. El señor Darling,
arrepentido por sus errores y el trato que había dado a Nana, vivía ahora él
mismo en la perrera de Nana durante todo el día y había jurado no salir hasta
la vuelta de sus hijos, lo que era una muestra de amor tan grande que lo había
convertido en un personaje famoso. Y, tal y como pensaba Wendy, su madre se
aseguraba de que al ventana estuviera siempre abierta.
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